¿Cómo se conserva lo que nunca se tuvo?


Era. No, ¡es!. No se define sino en momentos aislados. Era tan triste, tan terriblemente suya... en un tiempo que no fue olvidado, pero sí guardado bajo dos metros de tierra. Una lágrima opaca y muy espesa la había adoptado. Un embuste maltrecho y derruido la guardaba en su seno. No era nada, siquiera infeliz. Era a secas.
Es. No, no... ¡son!. Sí, eso es: son. Pero quien es sobre quienes son, no se explica fácilmente, depende de si hay luna o no.
Es una mordida nauseabunda que ni se mastica ni se escupe. Se mantiene intacta mientras el oxígeno la descompone. No exhala fétidos olores, no desagrada. No está expuesta a ajenos ojos. Es boca y bocado que no se come. Es un explosivo esperando el minuto exacto de ser escupido o masticado. Invisible o refugiado. Aletargado porque sí o por negligente olvido.
Podría ser. Es capaz y no puede, pero podría ser: el mismo universo que mantiene suspendidas unas pocas almas que rescata. Todas las aguas: una lágrima suya. El aire, la atmósfera, el viento: sólo uno de sus suspiros. Cada ser humano -mujer, hombre, anciano, niño- con todas y cada una de sus fallas y virtudes, lógicas o irracionales: sólo un duelo, alguna de sus caras. Los lagos, los oasis, los espejos: nada dibuja más perfecto que la propia conciencia.
Los pies se yagan, se pierden las uñas. Las alas: sólo una cara capaz de revelarse cuando el sueño es profundo; a quienes “son”: sólo una caricatura abandonada, llenándose de polvo.

Noche cerrada. Agil y escurridiza: una pantera al acecho de su presa, escudándose en la oscuridad donde se mimetiza. Los ojos bien abiertos, fijos en su víctima. Afilando sus garras en la árida tierra gris que ya nadie camina. Mueve su cola de un lado a otro, mostrando su fiereza. De vez en cuando dejando ver el filo de sus brillosos colmillos, llenos de sed, de hambre y de saliva. Una bestia solitaria deslizándose en silencio, atenta, enfurecida.
Al otro lado, fijada en sus retinas, una luciérnaga indefensa vestida de destello de luna. La bestia no disculpa, lo que la tenue luz ignora. Un ejército sobrearmado frente a un niño desprevenido: un final predecible parece inevitable. La fiera retrocede un paso y observa, aprieta una imagen que no quiere ver en sus cerrados ojos. Pasa un instante pequeño y salta. Se escucha un alarido intenso y después... sólo un silencio mortuorio.
Una luz se desplaza y deja ver, la punta brillosa de una daga, teñida de luna y rojo, asomando entre dos alas herrumbradas, llenas de polvo...

Muere la noche que alumbra al día. Se desperezan de a poco los sentidos, se abren los ojos, las ideas obnubiladas. Un entorno claramente incomprensible de paredes acolchadas. Encerradas las alas. Una ventanita pequeña descubre unos ojos. Empieza a despertar el entendimiento... es la escarcha acumulada entre los ojos, eso es, eso son, no es nada...

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